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miércoles, 10 de febrero de 2010

DEDICADO A LA FAMILIA...

La jodida prima es lista hasta volverte loco. O rojo de la vergüenza. Me gusta la jodida prima. Por lista, sí, pero sobre todo por fuerte y por excéntrica que es uno de los adjetivos que siempre he deseado currarme para merecer un buen epitafio.
Una de las personas más excéntricas que conozco es mi padre. Está completamente chalado. Y no siempre mola. Pero cuando mola... buf, entonces es maravilloso compartir esos momentos con él. No le adorno con epítetos molones por la cosa genética y tal, realmente me parece una excentricidad ir caminando por la calle hacia atrás y cantando a gritos "queremos turrón, turrón, turrón pero que sea AntiuXixona". Esto lo hace mucho la verdad, y ya he superado los complejos adolescentes que me hacían negarle si me lo encontraba en semejante sainete urbano.
Ahora le ha dado por ver a Romanones. Sobre todo lo ve "claramente, míralo" en los dibujos de los azulejos del baño de su habitación. Y como los demás no vemos a Romanones, mayormente porque no le ponemos cara, pues ha decidido pintarlo a carboncillo. Practica la muñeca, claro, porque a mi madre el descubrimiento le impresiona cero y pasa la fregona un par de veces al día por el jeto del político decimonónico.
El caso es que lo de quedarse mirando cosas y viendo otras es un clásico en mi progenitor. A veces paso por la cuesta de San Pablo con el coche y me lo encuentro en la acera. Quieto. Mirando al cielo. Moviendo los labios (supongo que habla, pero no logro oírlo, será la ventanilla, claro). Y no necesito preguntarle. Sé que está mirando las nubes y viendo figuras en ellas. Que es algo que quizá todos deberíamos hacer más a menudo sin importarnos si interrumpimos el paso o si nos toman por idiotas. Muy idiota no será mi señor padre. Se casó a los 42 con una veinte años más joven. Nunca se ha comprado casa porque ya hablaba de la explosión de la burbuja inmobiliaria en los años 70. No tiene un duro pero está rodeado de amigos que lo quieren mucho ergo siempre hay una casa en la playa vacía y disponible. Y, sobre todo, es feliz a pesar de lo horrible del mundo porque, como él dice: "cómo no voy a ser feliz con todo lo que tengo", refiriéndose a nosotros.
Adoro a mi padre. Es un amor gigante, proporcional a nuestras peleas y a la vergüenza que paso cada vez que comparto tres minutos públicos con él.

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