Estaba allí. Enrollada en una rama de las que ocupan la mediana. Era roja y negra. Yo no soy tonto, supongo. La vi cuando me dirigía al gimnasio, ese sitio repleto de muchas de su género, pero de tela. Y me pregunté cuántos, como yo, habrían reparado en ella. Qué camino habrá seguido. Quién la tiró o la perdió por el camino.
Quizá un matrimonio que quería girar a la derecha, hacia la gasolinera, la explotó con sus ruedas al pasar por encima cuando erraba por la calzada. Después una ciclista apresurada temió enredarse con ella y caer. La evitó. La policía local que conducía hacia el río dijo que deberían bajar a retirarla aunque su compañero evitó el parón con el pretexto de siempre: a la vuelta, ya lo haremos. También fue la excusa para que unas señoras que habían quedado para ir a andar charlasen en su paseo de lo guarros que son los jóvenes ahora.
¿seguirá allí? ¿cuántos ojos la habrán visto?
Los niños madrileños empiezan a esconder banderas palestinas en los
crucifijos
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Hace 18 horas
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