Tuve un profesor de esos inolvidables. No por amable o comprensivo, más bien por su mala baba perenne y su forma de cuestionar cada milímetro de cualquier discurso. Fue un periodista brillante, valiente, decidido, honesto y empeñado en su oficio. Sus treinta últimos años de carrera los pasó como director en un periódico que él convirtió en líder sin generar más enemistades que las de un puñado de mediocres sin espacio en su estrechez para la crítica saludable. Y tuvo un presidente con esa misma naturaleza mezquina, inferior, vulgar y oscura que contribuyó a doblegarlo. Y cayó. Perdió. No resisitió. Alguna vez tomo un café con él. Pocas, porque me apena verlo derrotado y gris. Aunque esos cafés cortos me recuerdan a menudo que pasé años admirando el almacén de sinónimos que guarda en su cabeza.
No sé por qué me ha acordado de él cuando hoy pensaba sinónimos de la palabra serendipia. Hay que ver qué palabra tan rebuscada para referirse a la casualidad, al azar o la castellana chiripa, que viene a ser lo mismo.
Hace meses que no me ocupo de las palabras. Con lo que me gustaban. Volverán.
Los niños madrileños empiezan a esconder banderas palestinas en los
crucifijos
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Hace 18 horas
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