Por las mañanas el recorrido acaba antes de los treinta minutos obligatorios. Creo que es porque hay menos gente y sus ojos no me apremian, sólo las canciones. Pero en verano no me apetece madrugar así que corro cuando anochece y entonces un montón de viejos y madres -los niños pasan de mí- me aúpan contra la desaceleración y la vergüenza. De los viejos percibo admiración y recuerdos. Suelen estar sentados o caminando apoyándose en la cacha y, a veces, tengo ganas de parar y darles un abrazo para que no se pongan tristes pensando que han perdido velocidad. No lo hago, claro, sonrío y pongo cara de sufrimiento, no es difícil, un poco de teatro para la solidaridad: también seré vieja, no podré correr y recordaré cómo lo hacía.
Las madres me dan un poco igual así que solo me pongo derecha a su paso por aquello de presumir de forma, aunque, no da más... hay madres verdaderamente inverosímiles. Y sorteo niños y perros con la misma audacia con la que llego a tiempo para que me salpiquen los riegos automáticos. Esos cabrones lo refrescan todo, te empapan y parece que has sudado mucho aunque sólo sea agua. Te empapan y te alegras porque pocas situaciones hay tan próximas a la libertad como la de ir con los pies pingando por cualquier camino.
Correr es la mejor decisión de estos meses. Cuando empiece a bajar la cuesta espero recordar este año sólo como el que decidí que sufriría media hora diaria a la espera de una sorpresa. Porque siempre, siempre, siempre pienso que me espera una gigante al llegar a casa, tras hacer los estiramientos en el jardín. Prolongo la expectativa diaria todo lo que puedo. Es mi gran momento. Antes, los mails, los sms, mms y las llamadas son un elemento más de lo cotidiano. Pero después de correr me concentro en el relevante acontecimiento que me espera: ¡es un premio! ¡debería ser un premio!¡MEREZCO UN PREMIO!,¡SOY UNA CAMPEONA! y sé que el premio ya lo he disfrutado pero no me resisto a concentrarme y a desear uno más. Uno concreto y con silueta propia. Con ruido propio y nombre ídem, con sentido, con magia, con futuro. Aunque correr, no sé si lo dice Murakami, es aprender que ese axioma que repetimos autómatamente es verdadero y bello: del sufrimiento sí se aprende. Se aprende si te esfuerzas por cambiar lo que está estropeado o nunca funcionó. Se aprende, sobre todo, si dejas de tratar de entender y te expones a sentir.
Metáfora visual de la semana como gesto iconoclasta dedicado a... coño, a mí!!!

QUÍTESE "DIBUJADO" Y PÓNGASE "CORRIDO".
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